Después de almorzar, emprendimos el
regreso a la escuela.
Cuando bajábamos la pendiente,
sentimos fuertes aleteos y extraños alaridos. Temblorosos, y desencajados,
miramos hacía atrás. Un sudor frío e intenso nos recorrió; el corazón
se nos quiso salir del pecho.
Tras unos arbustos, un animal negro,
enorme, peludo y con alas descomunales nos acechaba. Se nos abalanzó.
Entre gritos, emprendimos la huida.
Corrí con todas mis fuerzas, rodé por
la ladera y caí en un hueco poco profundo cubierto de ramas.
Cada noche, revivo como mis dos
compañeros de juegos infantiles son descuartizados y devorados ante mis
ojos.
Autora:
Lucía Uozumi.
(Derechos Reservados)
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