El caos
se instaló en la tierra. Armas de destrucción masiva esparcieron su manto de
sangre, dolor y muerte.
La
vida como la conocemos se extinguió y con ella, la madre tierra también moría,
la flora, fauna y cualquier vestigio y esperanza. Al final, la
oscuridad y la nada.
En lo alto, en el cielo, dos seres especiales se reunieron.
―Laura,
tenemos una misión. —dijo Rodolfo, mirándole con rostro ceñudo y adusto.
―¿De
qué se trata?
Laura,
le tomó de la mano y lo atrajo hacía sí, con firmeza. Estaban muy
cerca, casi rozándose.
—Es
demasiado arriesgado. ¿Estás dispuesta?
Pregunto
Rodolfo, casi en un susurro y atropellándose con las palabras. Su corazón se
agitó y los bellos de su piel se erizaron.
Rodolfo,
tomó con suavidad el rostro femenino entre sus manos y se miró en sus ojos.
Laura, recorrió con sus dedos, los cabellos y la espalda masculina.
Esta caricia hizo que el corazón de Rodolfo se sobresaltara aún más. Sus labios
se fundieron en un profundo y lento beso.
Cuando
estuvieron dispuestos, así, muy unidos emprendieron el viaje. Casi flotando,
descendieron con suavidad.
El
lugar estaba cubierto de negras tinieblas. El olor fétido de los cuerpos en descomposición, y el
aire enrarecido era irrespirable.
—¿Qué
pasó aquí? ―exclamó Laura, contemplando la devastación, con rostro compungido.
Un
escalofrío la recorrió, su pecho se agitó y por su frente se
deslizaron gotas de sudor helado. Sus manos frías y temblorosas buscaron el
calor y protección de Rodolfo, que la estrechó contra su pecho, en un intento
por proporcionarle seguridad y confianza.
―Lo
mismo de siempre. Que aún no han aprendido a convivir en paz.
De
los ojos de Rodolfo, dos lágrimas pugnaban por salir.
Abrieron
un pequeño envoltorio que traían consigo y esparcieron el precioso contenido,
en el lugar que habían limpiado y preparado con antelación. Tomados de las
manos y con los ojos cerrados pronunciaron una oración. Pasados unos
minutos, Rodolfo y Luara, se fundieron en uno, en perfecta unión y
simbiosis.
De
la silueta de Rodolfo brotaron ramas y un tupido follaje y de la de Laura, un
fuerte tronco y gruesas raíces que atravesaron con fuerza las capas más
profundas de la tierra, hasta llegar a la pura esencia de Gaia,
donde su corazón languidecía.
Las
largas raíces del árbol, tocaron el espíritu de Gaia. Este contacto conmocionó
el alma de Gaía, rectivándola e inyectándole esencia divina.
Una
explosión de energía emergió de regreso, penetró las raíces y recorrió las
siluetas de Laura y Rodolfo, ahora transformados en un árbol de tallo vigoroso
y frondoso follaje.
El
corazón de Gaía palpitó con la fuerza de mil tambores, en un
replicar constante y sonoro. El sonido retumbante se sintió en las entrañas de
la tierra.
En
Laura empezó a latir la vida, y poco a poco su abdomen creció. Rodolfo,
desde sus ramas, deslizó sus brazos para sostener el abultado vientre de su
amada y brindarle protección, mientras se fundían en un beso
perpetuo.
La
niebla se disipó para dar lugar a una tibia claridad. Un pequeño arroyo brotó,
regando sus raíces y la insipiente vegetación que pugnaba por salir.
La luna y las estrellas iluminaron sus noches solitarias y los tibios rayos del
sol les proporcionaron confort, los pajarillos poblaron el árbol,
donde el fruto del amor crecía.
Las
semillas germinaron y el viento las transportó a todos
sus confines.
Pasaron
los meses hasta que el vientre se rompió dando origen a una nueva tierra,
fértil, sana y renovada.
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