Los
leños de la chimenea, ardientes como sus cuerpos, las luces tenues, el
resplandor de las velas que hacía brillar el deseo en sus ojos
y descubría su desnudez. La música de jazz suave y a bajo volumen;
el olor de los pétalos de rosa sobre la cama que impregnaban el
ambiente, las sabanas de seda blanca, y
el sonido de sus siluetas que se deslizaban al compás de la
pasión y de la entrega mutua.
Se
desnudaron muy lento, con besos y mimos. Muy abrazados, bebiéndose cada
poro, extasiados en los sentidos y en las sensaciones; sintiendo
como gozaban
cada milímetro uno del
otro. Prodigándose ternura, palabras amorosas, te amos que
se repitieron una y otra vez. Los gemidos, el éxtasis infinito,
el deseo irrefrenable y la piel impregnada de sus aromas
y esencias. La noche eterna y la danza sagrada del amor.
Mirándose a
los ojos; ósculos interminables, caricias constantes y plenas, sin inhibiciones,
sin miedo ni pudor. Se entregaron como si no hubiera un mañana, como si ese
momento fuese la única oportunidad. Tocaron Cielo y Tierra. El éxtasis supremo, sentimientos indescriptibles, únicos,
inmensos y verdaderos.
La
música suave los invitaba a bailar; él la tomó entre sus brazos y
la ciñó como una segunda piel. Se encendieron otra
vez. La recorrió con sus boca y con sus dedos, despacio, sin prisa. Un
escalofrío de placer estremeció su intimidad expectante,
húmeda, lubricada y dispuesta. Sus pezones erectos, su corazón latiendo con
fuerza, su respiración agitada y su mente desbocada. No quedó sitio de la
cabaña junto al mar, que no supiera de su amor.
Así pasaron día y noche, deseándose, amándose, inventando mis
formas y maneras de amar.
—Llegaste
tú y me enseñaste todo los secretos del amor que hasta esta fecha era para mí
desconocidos ―le dijo ella
al oído.
Los
besos, los roces y sus miradas que leían sus almas y sus
más íntimos secretos, los te amos mutuos, en voz baja
y entrecortada por la urgencia de sentirse y unir de nuevo sus cuerpos y
sus almas, la explosión del amor verdadero y eterno; la pasión arrolladora
e incontenible que los embargaba, la noche mágica, el instante detenido en el
tiempo y en el universo.
La
luz de la luna llena que iluminaba el cielo tachonado de estrellas se colaba
por la ventana y conjuraba esa unión mágica y celestial. Junto al mar, en una
cabaña enclavada en la montaña, ella y él, amándose hasta la eternidad.
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