Ilustración: Cortesía de: +Carmen Martín Cano
Relato escrito para participar en el concurso: "Arma una historia con la letra de una canción"
El
aire olía a tierra mojada, el frío calaba en los huesos, la mañana era
fría y gris; gruesos nubarrones anunciaban tormenta.
Casi al alba, Sofía abandonó el hospital, había perdido peso,
estaba débil y demacrada. Su cabello le caía en desorden cubriéndole la frente, su
rostro estaba pálido, sus ojos hundidos, su mirada apagada y perdida.
Deambuló sin rumbo; sin saber si quería vivir o morir. Con su
bolso bajo el brazo, las manos en los bolsillos de su abrigo que bailaba en su
cuerpo; sus pasos la llevaron hasta un lugar desconocido y extraño.
Pasó
frente a un parque solitario, encontró una banca y se sentó. Se sentía cansada
y mareada. Sacó su cuaderno de notas y un bolígrafo que
siempre llevaba consigo y empezó a escribir. Las lágrimas rodaban
con libertad por sus mejillas. Dejó que lavaran su alma.
Se ensimismó
en lo que estaba escribiendo, luego miró a su alrededor. Al frente había un
letrero que decía. “Cementerio Central” Se percató que había caminado un
largo trecho. «¡No puede ser que haya andado tanto! No sé cómo
llegué hasta aquí. Debe ser por alguna razón», se dijo.
Se levantó,
avanzó hasta la verja que la separaba de la calle. En el
exterior, habían varias jardineras que rodeaban el cementerio,
dubitativa, caminó un poco más, miró a ambos lados. Decidió quedarse fuera
y no traspasar el umbral.
Un
escalofrió la recorrió. El lugar estaba
solitario, abandonado, descuidado, y la maleza proliferaba a su
antojo. Se agachó y procedió a quitar las hierbas, dejando al descubierto una
magnolia y una rosa casi mustias.
El
dolor punzante que laceraba sus entrañas y rompía su corazón, astillas de
vidrios cortando todo su interior. Con un nudo espeso en la garganta,
fuertes sollozos estremecieron su cuerpo. El cielo oscuro,
el día negro y la lluvia que comenzó a caer.
Arrancó
la página del cuaderno, la tomó entre sus manos, su silueta se contrajo, un
temblor perceptible la invadió, con voz entrecortada y el rostro
mustió, leyó:
El
hombre que amé, que conocí, murió y yo con él. Murió el amor, morí yo.
Solo
quiero encontrar la paz, entender ¿Por qué me desangro y por qué perdí las
ganas de vivir? ¿Por qué ya nada tiene sentido para mí?
¿Por
qué siento esta profunda pena? ¿Por qué me quedé anclada en el pasado y tú
seguiste con tu vida como si nada? Sin importarte el daño que me has causado,
ni mis sentimientos, ni mi dolor, ni mancillar ese sentimiento, y lo vivido que
era único, especial y maravilloso. ¿Por qué me has roto el corazón? ¿Por qué
has faltado a todas tus promesas?
No
entiendo ¿Cómo me has abandonado sin importarte nada, arrasando con todo y
conmigo? ¡¡No lo concibo, no lo acepto. Me duele, me desangra
demasiado!!
Con
dedos temblorosos dobló la carta. Se arrodilló, arañó con
fuerza la tierra húmeda hasta que sus dedos sangraron. Hundió las manos en el
fango e hizo un hueco profundo. Cerró los ojos, un «Te amo» se escapó de sus
labios; depositó la hoja con sumo cuidado
como si de un tesoro se tratase, y la cubrió. Levantó la vista al cielo, un
gritó desgarrador salió de su pecho.
Sin
mirar atrás se retiró del lugar, sabiendo que "las
respuestas las tenía en su interior porque ella era su propio Dios."
Sintió
que algo había renacido. "Tendió la mano, tocó la fe en su
Jesús personal que escucha sus plegarias," la impulsa a encontrar su destino, creyendo en sí misma, en su propio poder, con
la certeza de un futuro mejor.
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